Como padres, tener un hijo con pérdida de apetito es un problema que nos aterra y angustia. Nos referimos a un niño que está sano pero que no tiene ganas de comer.
¿Por qué no come un niño?
Comer es una conducta que satisface necesidades de tipo nutricional y también afectivas. El hecho de que un niño deje de comer, podría reflejar dificultades de adaptación en la vida cotidiana. Es decir, a los niños les cuesta expresar mediante palabras que quieren conseguir algo, como por ejemplo, que le prestemos más atención. Una forma mediante la cual pueden lograrlo es “no comiendo”. Normalmente, es frecuente encontrarnos con niños de 2 a 6 años que presentan problemas de inapetencia de forma ocasional que se soluciona sin causar ningún problema. En otras ocasiones, estas situaciones pueden dilatarse en el tiempo y verse reforzadas por creencias de los padres como por ejemplo “si mi hijo no se come todo lo que hay en el plato, no estará bien alimentado”, “si no fuera porque voy detrás de él todo el rato, no comería nada” e incluso “si no come esta cantidad, morirá”.
Un niño sano al que se le ofrece regularmente una comida adecuada, no se alimenta mal, aunque tome muy poca cantidad e incluso algún día casi no coma nada. Se le debe ofrecer una dieta variada y completa, y según las edades, las raciones serán de mayor o menor tamaño.
Pero, ¿cómo saber si su alimentación es la adecuada? Algunos consejos incluyen apuntar lo que comen durante una semana. De esta forma podemos llevar un control más exhaustivo sobre lo que come y lo que no, así como la diversidad de alimentos. Podemos emplear este mismo sistema cuando queramos ampliar la variedad de su dieta.
¿Y si no come? De poco sirve insistir o castigarle. Sería más recomendable poner en marcha actitudes más neutras que resten importancia al hecho de no comer. Igualmente, no deberíamos premiar el hecho de que coma, ya que el niño no debe entender que cuando come nos hace un favor porque podría emplearlo como una forma de manipulación (el niño premiará a sus padres comiendo y los castigará negándose a abrir la boca, si ellos se lo piden).
Es muy frecuente que los niños coman bien e incluso prueben comidas que habitualmente no quieren en medios que no son los “normales”, por ejemplo, en los comedores de la guardería o en casa de algún familiar. Este hecho suele reflejar que el problema de relación con la comida se ha establecido en el ámbito familiar y que es una cuestión de hábitos que, como todo, se puede mejorar.
¿Qué podemos hacer para ayudarle a comer mejor? Algunas recomendaciones útiles podrían ser:
-
Hacer un menú. Poner por escrito un menú semanal que puede ser el mismo para todos si el niño tiene más de dos años. El hecho de escribirlo evitará posibles cambios para adaptarnos más al gusto del niño, en el caso de que no quiera comérselo.
-
Fijarnos rutinas. Esto supone una ayuda a la hora de que el niño se centre para comer, sobre todo cuando suelen hacerlo en los mismos lugares, en un espacio reservado a ellos en la mesa y a las mismas horas (de forma aproximada). Si, por ejemplo, un día come en casa en la cocina, al otro en el salón y al otro en casa de su tía, se distraerá más.
-
Evitar distracciones. La televisión o la música no son buenos compañeros de comida. Si en el momento de comer es cuando leemos un cuento o le cantamos una canción, tenderá a prolongarlo más para que dure más el “espectáculo”. Seremos nosotros mismos los que estaremos apartado al niño de nuestro objetivo: que coma.
-
Limitar el tiempo de comida. Los niños normalmente no tienen buenas referencias de cuánto tardan en hacer algo. Para ayudarles, podemos tener un reloj o un cronómetro en la cocina de los que usamos cuando cocinamos o horneamos algún alimento. Normalmente, el tiempo que un niño suele emplear en comer suele ser de 30 minutos. Si establecemos este tiempo en el reloj, tendrá una guía orientativa. Por supuesto que si necesitan un poco de tiempo más, se debe ser flexible, pero han de contar con la referencia de que existe un tiempo límite para lo que hacen.
-
No ofrecer platos alternativos. Si el niño tiene una actitud de rechazo hacia el alimento, el que coma no dependerá de que le ofrezcamos muchos platos distintos, los acabará rechazando todos. Le ofreceremos una sola comida y si no quiere, pues no pasa nada. Se queda sin comer y no se le da otro plato distinto, pero sin dramas ni castigos. A un niño sano no le pasa nada si no le insistimos, ni le reñimos por no comer. Nuestro papel es ofrecerles de comer, no conseguir que coma todo lo que se le pone por delante. Si insistimos mucho, le incentivamos a que no coma (busca estar más tiempo con nosotros, aunque se le riña; la comida o mejor dicho el no comer, se convierte en el medio para captar nuestra atención).
-
Alimentos nuevos. Para conseguir que tome un alimento nuevo, haremos lo mismo: sólo se lo ofreceremos, sin una mayor insistencia por nuestra parte. Probablemente las primeras veces lo rechace, pero cuando el plato se repite, si no se le ha forzado antes, suele aceptarlo. Démosle tiempo, pero no otro alimento alternativo. Casi todo el mundo tiene alguna comida que le gusta menos, eso se le debe respetar, pero sin afectar a grupos completos de alimentos (que “no quiero ninguna verdura”).
-
Comer nosotros lo mismo que le estamos dando a nuestro hijo. Será mucho mas fácil lograr que tenga una dieta equilibrada si el niño está acostumbrado a ver a los adultos de la casa tomar esos mismos alimentos. Si nunca ve a sus padres tomar verduras pensará, de modo más o menos consciente, que deben tener “algo malo”, porque si no, sus padres las comerían.
No forzar es la clave para conseguir que los niños no vayan a la comida como a una batalla, pero para poder ayudarles es necesario también enseñarles a comer. Esto se consigue en gran parte por imitación y evitando que ellos seleccionen las comidas, eligiendo siempre las mismas.
¿Cuándo consultar?
Si tiene dudas sobre el estado físico de su hijo o si aprecia otros síntomas como diarrea, vómitos o un dolor persistente, en relación con su pérdida de apetito, pide ayuda aquí.