La vida está llena de problemas. Un problema es aquello que supone un hecho o conjunto de ellos o circunstancias que dificultan la consecución de un fin. Forman parte de la vida y sin ellos no habríamos desarrollado nunca las habilidades que nos caracterizan como seres humanos.
Los problemas nos ayudan a planificar nuestras acciones de manera que salgamos victoriosos.
Entonces, ¿por qué pensamos que los problemas son inconvenientes?
Probablemente por las emociones que surgen en torno a ellos.
Junto a los problemas aparecen actitudes disfuncionales, cómo: “yo paso de esto”, “no hay nada que yo pueda hacer”, “siempre igual”, “la culpa la tiene él/ella”…
Estas actitudes y otras que seguro que se os ocurren, generan un torrente de emociones desagradables que aparecen junto a los problemas que la vida nos plantea y que, por supuesto, dificultan la acertada planificación de nuestra maniobra exitosa.
Tendemos a criminalizar de los obstáculos a los demás o incluso a la mala suerte. Es así como las personas nos deshacemos de la responsabilidad que tenemos frente a los problemas. Y lo peor no es esto, sino que negándonos a reconocer y analizar cuál es nuestro porcentaje de responsabilidad en el asunto, somos incapaces de aprender de la experiencia.
Por ejemplo:
Una madre refiere que es incapaz de que su hijo estudie, su actitud está impregnada de emociones de rabia y frustración. Esta madre manifiesta diariamente a su hijo esta actitud de la siguiente manera: “¿es que no eres capaz de aprobar un examen?”, “Con la edad que tienes y no eres capaz de hacerte cargo de la única responsabilidad que tienes” “eres un caso perdido, ya te arrepentirás”.
El problema de esta madre está muy claro: no sabe cómo motivar a su hijo para que estudie lo suficiente como para aprobar el curso. Sin embargo, ella define el problema en base a sus actitudes disfuncionales regadas con dosis de rabia y frustración, por lo que piensa que su problema es: mi hijo es un vago y no quiere estudiar. Inconscientemente, esta madre se desprende de la responsabilidad sobre los suspensos de sus hijos, por lo que resulta imposible que halle una solución que aumente las probabilidades de éxito académico en su hijo.
Es fundamental que los problemas a partir de ahora sean vistos como un reto y darnos cuenta de que tenemos responsabilidad sobre ellos.
Un truco para formular de manera adecuada un problema y evitar tener actitudes negativas que no llevan a nada es hacernos la siguiente pregunta ante cualquier dificultad u obstáculo que nos encontremos:
¿Qué puedo hacer yo para _______________ ?
¿Qué puedo hacer yo para que mi hijo apruebe el examen?
Si la experiencia nos dice que hasta ahora no hemos tenido éxito, ese no es el camino para que consigamos que el resultado sea distinto, por lo que tendremos que buscar nuevas alternativas. Por ejemplo premiar con la comida preferida por cada hora de estudio.
Por ello, lo primordial es hacernos cargo de aquello que depende de nosotros, y todo en cierta medida depende de nosotros en el grado en el que las cosas nos afectan también a nosotros.
Con problemas con los que pensamos que no se puede hacer nada, por ejemplo: “se ha muerto mi perro y estoy muy triste”, también debemos cambiar el enfoque pues esta definición nos lleva a la inacción y desesperanza.
Podemos definir el problema en términos emocionales, por ejemplo ¿Qué puedo hacer yo para no sentirme tan triste por la muerte de mi perro?
De esta manera podre quedar con amigos, comprarme un nuevo perro, ir al cine, apuntarme a clases baile, etc.
En resumen, ante los problemas debes tener los siguientes lemas:
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Siempre se puede hacer algo con aquello que nos desestabiliza, ya que nos desestabiliza a nosotros, de nosotros tiene que salir la solución.
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La clave es preguntarnos ¿Qué puedo hacer yo para__________________?
Gema Cortés, psicóloga.